Cuenta Nonna en su blog que compró el pack infantil de McDonald’s “no para comerlo, sino para observarlo y poder bloguear. Si, compré un Happy Meal y lo coloqué en una estantería de mi oficina, detrás de mí y de mi ordenador”.
Todo comenzó el 3 de marzo del año pasado. “Mi recién adquirido Happy Meal huele delicioso y tiene muchos colores. Con él recibo un perro virtual de Petshop en un transportín amarillo de plástico, además de mi hamburguesa de tamaño infantil, unas patatas y un refresco”, relataba entonces. En el bocadillo, “del tamaño de un disco de hockey”, no hay ni rastro de lechuga, queso o cualquier otro complemento: una triste y solitaria rodaja de pepinillo se reboza en las pocas gotas de ketchup que hay dentro de la hamburguesa.
Tan happy como el primer día
Los primeros días aún olía, algo que por entonces preocupaba mucho al marido de Bruso. “¿Qué ocurrirá cuando se ponga rancio, se pudra y se descomponga?”, le preguntó. “De eso precisamente va el experimeno, se supone que no se va a descomponer, sólo la comida natural lo haría”. Y tenía razón. Temerosa de que el pepinillo y el ketchup pudieran ‘contaminar’ el experimento, compró tres días después una hamburguesa sencilla. De este modo tenía también “una hamburguesa de control sin condimentos”.
Los días pasaron. En la quinta jornada la única diferencia apreciable era que “el pepinillo y el ketchup están siendo absorbidos por el panecillo”. El resto, exactamente igual. “Si fuera comida real debería haber algún tipo de descomposición”, afirma casi porfiando la autora del blog.
Los días van pasando, pero el Happy Meal sigue “tan happy” como el primer día. Tras una semana no hay descomposición; quince días y tampoco, y así seguimos sumando y comprobando la estática presencia de este almuerzo feliz. El pasado 14 de diciembre Bruso reconocía que “desearía poder decir que mi Happy Meal ha cambiado de algún modo pero tiene prácticamente el mismo aspecto nueve meses después de comprarlo. El pan está reseco. Eso es todo”, explica.
Nada de moho
Ha pasado un año y resulta imposible no contagiarse de ironía de la bloguera: “El tiempo pasa volando, ¿verdad? Me caen lágrimas de los ojos cuando pienso que es el primer cumpleaños de mi Happy Meal. ¡Es que crecen tan rápido!”. El problema es precisamente ese, que en un año no ha habido ni un solo cambio.
“Nunca ha olido mal. La comida no se ha descompuesto. No se puso mohosa”, confirma Bruso en el post dedicado al cumpleaños. Ningún ser vivo se ha acercado al menú en este tiempo, ni las moscas ni los microbios. “Hormigas, ratones y moscas son más inteligentes que las personas”, concluye. “Nunca tocaron el Happy Meal. Y los niños tampoco deberían hacerlo”.
IM-PRE-SIO-NAN-TE
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